Mito de los indígenas Mitua de la familia Guahíbo, conocidos como los Guayabero. Se localizan a lo largo del río Guaviare (amazonía colombiana) aguas abajo de la ciudad de San José, asentamiento de Barrancón. Mito narrado por el capitán Pablo, líder de esta comunidad y recogido por Jorge Salazar Isaza en 1986 dentro del marco de su trabajo para la Corporación Araracuara.
Cuando hicieron el mundo, no se podía conseguir una mujer en ninguna parte. En aquella época vivían los sabios. Kwey, a pesar de ya tenía su sembrado de yuca y plátano, se aburría de comer solo.
Un día recogió cera en el monte y formó un muñeco. Le dio cuerpo de mujer y la hizo hablar. Cuando vio que era una persona Kwey le dijo:
– Hoy y mañana me hace el favor y se va a arrancar yuca. Después la exprime y prepara el cazabe.
La mujer se puso en el oficio, tal y como él le había indicado. Todo iba bien hasta que montó la torta en el fogón. Con el calor, en un ratico, su mujer se derritió. Kwey, que regresaba ilusionado, se entristeció cuando la encontró fundida junto a la candela.
– La voy a hacer de barro más bien, pensó Kwey y se puso a moldear una mujer.
Cuando estuvo lista le explicó las labores. Ella no se deshizo, por el contrario, con el calor se afianzó. Una tarde en que Kwey llegaba de cazar paujiles vio el cazabe asoliado pero a su mujer no la encontró por ninguna parte.
– ¿Será qué se fue a bañar después del trabajo como le aconsejé?
La buscó en el río y cual no sería su pesar cuando la encontró derretida entre el agua.
– ¿Ahora qué hago? Con mi sabiduría nada resultó, se dijo Kwey afligido.
Al día siguiente Kwey se madrugó para el monte a ver si se consolaba. Aquella mañana se había elevado una brisa de verano, de esas que deja escuchar a lo lejos. El seguía los rastros de un zaino cuando le pareció oír una risa. Se detuvo y afinó el oído. El viento le trajo una risa de mujer. Kwey se puso muy contento:
– ¡Ahora sí la encontré!
Corrió y llegó hasta un árbol que tenía un nudo en la mitad. De ahí salía la risa. Tumbó el árbol, lo rajó y de aquel bulto sacó una mujer. Era muy bonita y olía sabroso. Pero Kwey no sabía cómo hacer con ella. Llamó a los animales para que le explicaran… Después la llevó a la casa. Ella no se deshizo ni con el agua ni con el calor, fuerte para toda la vida. Se llamaba Amine.
Kwey salía a cazar temprano y regresaba de nochecita. Su mujer lo esperaba siempre con la comida lista. Pero una tarde no la encontró en la maloca.
– ¿Será que se está bañando en el caño? Pensó y salió a buscarla.
En la orilla estaba la totuma pero de su mujer no halló ni rastro.
– ¿Tal vez se ahogó? Imposible que sea tan de malas.
Desesperado corrió aguas abajo llamándola:
– ¡Amine! ¡Amine!
De pronto escuchó a lo lejos que lo remedaban.
– ¿Por qué se burlan? ¿No ven que estoy triste por esa mujer?, gritó.
– …triste por esa mujer…, le respondieron.
El se fue a ver quién lo molestaba. Por allá esta el tipo parado. Kwey lo agarró del cuello, se lo estiró y lo transformó en garza.
– Por burletero se va a quedar así. De ahora en adelante comerá crudo, dijo Kwey.
El siguió buscando a su mujer a grito herido. Dos días después le contestaron de un rebalse. En la distancia le pareció distinguir a Amine pero se dio cuenta que era una trampa. La anaconda, que quería comérselo, había tomado forma de mujer para atraerlo.
– Váyase que a usted no la estoy llamando, le dijo Kwey.
Ya cansado se regresó.
Al otro día muy temprano lo despertó una manada de micos que pasó anunciando:
– ¡Cachirí! ¡Cachirí!
Kwey salió con su cerbatana:
– Esos son los que se llevaron a Amine, pensó.
Los micos al verlo le dijeron:
– Cuidado, no nos mate. Ya sabemos que su mujer desapareció pero nosotros no la tenemos. Venga al cachirí que ofrece el Rey Gallinazo. Todo el mundo va asistir y a lo mejor le dan alguna pista.
Kwey, que también sabía andar por las ramas, partió con ellos. Gastaron tres días para llegar a la fiesta. Antes de entrar se pintaron la boca, la cara y las manos con pepas de un árbol. Kwey además se terció unas hamacas.
Había tanta gente a la entrada que casi no se podía pasar. Nadie reconoció a Kwey. El miró por todas partes y en el fondo de la maloca vio su mujer con el Rey Gallinazo. Amine estaba muy elegante, llevaba un zarcillo entre las narices, esplendorosa bailaba y se divertía. Kwey disimuló los celos y propuso a los invitados:
– Yo no veo ninguna presa para comer. Arranquen un comején grande y lo botan entre un hoyo. De esa manera conseguirán carne.
Así se hizo. Al otro día, en la trampa, había caído una danta. Todo el mundo se fue al sacrificio del animal. Kwey se quedó con Amine en la maloca. Ella le dijo:
– Oiga, usted puede empezar a cortar la leña para montar la olla.
El cogió un tronco y de un solo golpe lo astilló.
Amine pensó:
– Tal como rajaba leña mi marido, él que yo tenía primero.
Kwey acabó el trabajo y se fue a bañar. Cuando regresó ella lo reconoció y se asustó. El le dijo:
– Yo no la mandé a que se viniera tan lejos.
Ahí mismo la tomó de la mano y se voló con ella. Alguien gritó:
– ¡Se están robando la muchacha!
El Rey Gallinazo y los otros salieron a perseguirlos. Kwey al ver que lo iban a alcanzar se transformó en otra persona. A Amine la volvió pequeñita y la metió entre la mochila. Al llegar le preguntaron:
– ¿Ha visto él que se robó la mujer del Rey Gallinazo?
Kwey los despistó y aprovechó para treparse en una palma de seje. Allá se estuvo quietecito. Los otros, que se habían dado cuenta del engaño, volvieron sobre sus pasos. Tan de malas Kwey que con el peso comenzaron a caer pepas de su escondite.
– ¿Quien bota pepas de esa palma?, preguntó el Rey Gallinazo.
Todos miraron hacia arriba.
– ¿Están muy negritas las pepas de seje?, insistió el Rey.
– Tan negras como sus ojos negros, respondió Kwey.
– Ojalá se caiga de allá, dijeron.
En ese preciso momento se desplomó Kwey y quedó inmóvil en el suelo. El Rey Gallinazo dijo:
– Déjenlo ahí unos cuatro días. Una vez esté podrido y agusanado vengo y me lo como.
Pero mentiras, el Kwey estaba bueno y sano, por dentro no le había pasado nada. Cuando el Rey Gallinazo vino a regalarse empezó por los ojos pero estaban muy duros. Trató de sacarle las tripas y tampoco pudo. Entonces tomó un cuchillo filudo para descuartizarlo. De un brinco Kwey se paró, lo agarró del pescuezo y con el mismo cuchillo lo desplumó. Después se llevó el Rey Gallinazo para la casa y lo apostó en la lumbrera para que aguantara frío toda la noche. Al día siguiente el Rey Gallinazo agotado llamó a unas hormiguitas. Ellas le recogieron las plumas, se las acomodaron y enseguida lo soltaron. El fue donde Kwey y le dijo:
– Mire, le voy a pegar el paludismo.
– No importa, yo rezo el paludismo y me alivio, respondió Kwey.
– En ese caso le voy a pasar una gripa bien fuerte.
– Yo rezo la gripa y me sano.
– Pero no podrá aguantar la seca que le voy a pegar.
– No importa. Rezo y se va.
– Contra la guerra que le voy a hacer no le vale nada, amenazó el Rey Gallinazo y se voló antes que Kwey lo matara.
Así fue como quedó el mundo lleno de celos. Por eso hay guerras y enfermedades. Todo eso sucedió en el primer mundo. Ahí termino.
