© Jorge Salazar Isaza
La tarima
Aldo quería ser cantante. Si, desde que era pequeño había tenido ese sueño. Al radio pegó la oreja en su infancia de lentejas donde todo era desgreño. A la mamá le tocó sola. Su padre era un borracho que no veía por el muchacho. Sus dos hermanas menores también sufrían los sinsabores en un hogar con empacho. Vida plantada de escollos. Aldo era barco sin vela hazmerreir de la escuela no daba pie con bola parecía un ánima sola en espera de una pela. Solo lloraba en silencio. La música era su abrigo no tenía ningún amigo aparte su canto quedo. Este le curaba el miedo, el resto importaba un higo. Por fin se marchó de casa. Se fue a la ciudad del norte donde residía la corte: sus ídolos musicales. Ya sonaban los timbales que le brindaban soporte. En el día lavaba pisos. Luego iba al club nocturno, oía el cantante de turno desde un alejado rincón. Sentía, con jugo de limón, los anillos de Saturno. Nadie reparaba en Aldo, no era un joven guapo, más bien parecía un guiñapo. Tarareaba las canciones que arroban los corazones. Eran como su guarapo. Una noche Edy, gran maestro, le dirigió la palabra: ¡eh! pero a ti no hay quien te abra, Te empeñas, sigues la orquesta más veamos si tienes testa, si tu voz futuro labra. El maestro está sorprendido. Timbre de metal y plegaria, un rumor de araucarias se eleva hasta los cielos, del alma surgen anhelos encuentran hogar los parias. En esa voz mora un ritmo que el ánimo te arrebata, las penas son de hojalata al son de esta alabanza el dolor se muda en danza, la vida nadie la mata. La gente no se equivoca en sus gustos musicales por todos los andurriales se conoció la voz de Aldo, aquello fue como un caldo en que brotaron los bailes. La gente bebía en sus labios el ritmo que sana heridas, de las violencias sabidas nos libera con su canto, a muchos sume en llanto: los amores cobran vida. La fama trajo riqueza. Cuando se ha tenido poco la plata te raya el coco. El Aldo tan ninguneado al fin tenía pa’l mercado atrás quedaron los mocos. En la rumba permanente parecía no tener fondo como si un dolor muy hondo le llevara a aquel frenesí en esa fiesta carmesí Aldo lucía muy orondo. En todo su desenfreno estaba preso de hechizo, artificiales paraísos ¡uy! lo atraparon en su red nada apagaba su sed de placer advenedizo. Excesos pasan factura: remolinos de derroche a Aldo sumían en la noche. Rodeado de los compinches, lo chupaban como chinche, él se perdía en un soroche. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, lo sacaron de las pistas pues no cumplía sus contratos. El talento malbarato hizo mella en el artista. El cantante entró en barrena, Aldo no era ni su sombra quien tantas veces se nombra en su caída estrepitosa ya nadie le lleva rosas. El público no se asombra. Decidió enviarse al carajo. En el último momento pasó por su pensamiento el recuerdo de su madre: que el dolor no la taladre, dijo, y desechó el tormento. Emprendió regreso a su aldea. Allí estaba su vieja: no salió con moraleja, al ver a su hijo lo abraza él le había dado una casa cuando aún tenía la molleja. Allí Aldo estaba tranquilo. Paseaba por la campaña, donde se fue dando maña. Entona su canto quedo ese que le cura el enredo y de su niñez la saña. De a pocos se restablece. En sus largas caminatas a los ríos da serenata. Piensa en su éxito marchito su locura de “cachitos” que casi lo desbarata. Ya no quiere ser ídolo. Su voz le cambia la piel porque no destila esa hiel de querer ser el primero. Canta para los jilgueros y la abeja que hace la miel. Un día lo cogió la tarde. Las sombras del camino le anunciaban nuevo sino. Una canción en sus labios, como si fuera astrolabio, dejaba ver lo divino. El espíritu así se amansa. Una banda de cocuyos con sus luces de capullo acompaña de Aldo el aire, con su vuelo forman baile sus figuras son arrullo. Espectáculo mágico: la coreografía sin huellas. Lechuzas y zarigüeyas son testigos de la obra, de la danza nada sobra la música así centella. Cada año por esta época Aldo invita los cantantes disfrutar de su talante: luciérnagas danzarinas ya dibujan la tarima con sus luces rutilantes. Fin

!Ah! Qué buen cuento. !Bravo!
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Tan banita la historia de Aldo. Felicidades.
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