Tuve fortuna, mi hermano, de conocerte pequeño: vi crecer tu bello sueño de convertirte en artista y de subirte a la pista de la vida, muy risueño. Leí contigo los versos: “Pito, Pito conejito donde vas tú tan bonito…” Así fue el nombre de gracia por los saltos y tus ansías de descubrir infinitos. Y te pasié de la mano, mis hermanitos conmigo: prados, quebradas, abrigos… Me llamaron “el niñero” burlas de mis compañeros que me importaron un higo. Gustabas medir tus fuerzas con los hermanos mayores sin escatimar dolores y dabas pruebas de arrojo no tolerabas despojos: un paladín de las flores. Practicaste artes marciales con “patadas a la luna”, teatro, poesía y ciencias: ¡de una! Hombre del renacimiento te iniciaste en los inventos que no reportan fortuna. Empezaste medicina por teatro la abandonaste, la matrícula fue al traste y papá muy disgustado decía: “¿Habéis desayunado? Pronto no habrá quien te gaste”. Al fin lograste ir a Paris por perseguir tus anhelos y buscar bajo otro cielo mil formas de cruzar puentes. Ahí forjaste tu vertiente: ser artista del subsuelo. Cariño por la belleza enraizada en la historia, así el dolor fue tu noria donde sacaste la savia: te brindó cultura sabia ¡si! te prodigó la gloria. Cual curioso impertinente nada humano te fue ajeno: libros, herramientas, heno… pueden hallarse en tu cuarto, allí preparaste los partos de tu talento sereno. Incursionaste en la danza como quien busca la fuente de lo bello incandescente. Tramoyista, aún celador, del bailarín en esplendor que querías para la gente. Te encargaron unas alas pa’ montar la coreografía, mito de nuestra geografía, que puso a volar tu mente hasta encontrar el viviente que te inspirara a porfía. Murciélago fue elegido: sus dedos se vuelven alas, tus manos y pies avalas en una danza nupcial. Solo un bailarín astral, tú, puedes enarbolarlas. Viviste con ese bicho, durante algunas semanas estudiaste sus membranas sin darte ningún respiro, el ser te salió vampiro lo cual aumentó tus ganas. Y te dieron el primer rol por tu plasticidad pura. En el baila y su cultura no existen alas danzantes, si, se mueven bamboleantes solo sirven de impostura. Y tus alas te llevaron por viajes imaginarios: Pegaso, Quimera… Mario. ¡Ay! fuiste el ángel bailarín quien con notas de su clarín llenó de luz escenarios. Más pronto emprendiste vuelo hacia otras estratosferas… Favores te debe cualquiera, uno podemos pagarte: el cariño por el arte que forjó tu verraquera. Fin
© Jorge Salazar Isaza