Agua bendita

(cuento)

© Jorge Salazar Isaza

Corrían los años setenta y un tufillo revolucionario se escapaba de las sacristías. Un grupo de seminaristas se prepara para celebrar la semana santa en una parroquia pobre de la capital. Durante la cuaresma se enfrascaron en discusiones sobre la politización del fervor de las masas. Elaboraron afiches y los colgaron en las paredes del templo al lado del vía crucis. Esculcaron la Biblia en busca de citas contra el opresor y con sus guitarras ensayaron canciones protesta en cambio de “Somos los peregrinos”… El cura párroco, respetuoso de las nuevas generaciones, toleraba la calentura aunque se opuso al retrato de Camilo Torres a la cabeza de una procesión. En el altoparlante, que se oía por todo el sector, convivían las dedicatorias, mensajes sociales y denuncias políticas.

Llega el domingo de Ramos. Las banderolas con consignas no tienen mucha acogida. La gente prefiere agitar las palmas amarillas y tejer, con las hojas, canasticos y figurines que protegen contra la tormenta. Mezclados entre la gente, los novicios tienen que repartir algunas bendiciones. De poco sirve la explicación sobre el estudio que aún les falta para ordenarse. La gente quiere su ramo bendito para colgárselo a santa Bárbara. El jueves santo, para el lavatorio de los pies, los cuadros más avanzados de los grupos juveniles son seleccionados. Se trata de la solidaridad de clase. Sobran las flores, la pompa y el decorado del monumento que las señoras devotas han preparado con tanto esmero. Ellas se quieren lucir esa noche ante la gente que visita el santísimo sacramento.

La procesión en vivo del viernes santo es un gran evento. A través de los barrios la construcción y la cargada de los diferentes pasos despierta el fervor popular. Ahí están los jóvenes pegados del megáfono denunciando el imperialismo romano y las autoridades lacayas. La multitud por su parte se agolpa en torno a Libardo Urrea, el mejor billarista del barrio, que como todos los años interpreta el “Mártir del Calvario” y lleva su cruz al estilo del actor mexicano Enrique Rambal. Dicen que Libardo también suda sangre por esos andurriales y la gente se agolpa en torno a él para ver si es cierto. Con los empujones, las caídas y la sofocación se consigue el efecto.

Tres horas antes de la ceremonia de Pascua, el sábado santo en la noche, en torno al altar se empiezan a acumular frascos, botellas y vasijas llenas de agua. La gente deja sus recipientes en espera de la bendición y le atribuye a esa agua propiedades curativas. Asistía yo a esta celebración y vi cuando una viejita de manto negro se abrió paso, ladeada por la carga y depositó allí su olla. Después de las lecturas bíblicas y los cantos cuando el cura se disponía a bendecir el agua, desde atrás, por la nave central y con paso entrecortado fue saliendo la viejita. Todos teníamos los ojos fijos en ella. Avanzó tranquila, esquivó los recipientes, llegó hasta su olla y levantó la tapa. En ese momento un alboroto se levantó de la asamblea. Se corrían bancas, hubo tumulto en las gradas y rodaron algunas botellas. La gente se arremolinaba para tratar de destapar también sus vasijas antes de que descendiera la bendición. Crecía el desmán. El párroco, con mucho tino, interrumpió el rito para calmar los fieles:

-Hijos míos, el agua también queda bendita con la tapa puesta. Por favor, regresen a su sitio.

Los novicios ayudaron a disolver la ola que se agolpaba en torno al altar y amenazaba con volverse tropel. Después de mucha insistencia y gracias a su tono el sacerdote logró apaciguar los ánimos. Se había evitado lo peor. Cuando reinó de nuevo el orden, por fin se bendijo el agua. En medio de frascos, potes y uno que otro charco seguía la viejita de pie, con su tapa en la mano.

Fin

7 comentarios sobre “Agua bendita

  1. Genial nuestra autobiografia, Jorge. Un viacrucis con final feliz. Mejoraste el guion original. Nuestros maestros sabian que nuestras plegarias no serian escuchadas. Tenes buena memoria y mejor pluma. Pa lante

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  2. Buen retrato; recuerdo una noche de Pascua de Resurrección que nos acompañaste a los escolapios, al lado de toda la feligresía del Barrio El Paraiso, mayoritariamente; sería como 1974 o 75. Tiempos aquellos que tu pluma no deja quedar en el olvido.

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  3. Este cuento es un retrato fiel de una época y del poder que tiene el fervor popular, que está en las raíces de nuestra gente y no se deja manipular por nada ni por nadie. La atmósfera del momento está muy bien lograda y el final me encantó.
    Gracias Jorge por compartir este escrito, a través de su sencillez nos transmites el sentido profundo de nuestra tradición religiosa.

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  4. Un cuento con una buena descripción de la semana santa que podría pasar en cualquier parte de Colombia especialmente por la época de los años 70, tiempo de mucho fanatismo religioso, la época de la educación liberadora , Golconda, y demás sucesos que lograron mover la visión de la Iglesia y que hacen recordar al cura Vicente Mejía. Felicitaciones Jorge.

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